Tazriä
(Vayiqra 12:1-13:59)
Haftara:
Melajim Bet 4:42-5:19/
Aislamiento voluntario
En la Torah podemos ver que si una persona estaba aquejada con el mal de tsaraät, era apartada siete días, lo que le impedía el contacto con las demás personas. Y eran variadas las causas de la aparición de esta plaga, lo que nos enseña que cuando una persona padecía de tsaraät no sólo era impura, sino que ese mal estaba precedido de conductas inapropiadas, que por supuesto eran violatorias de los principios de la Torah.
Una marca
que puede ser indeleble
El mal de tsaraät
era tan evidente que la persona que lo padecía debería ser aislada. ¿Era acaso
contagioso? Para responder a esta pregunta basta con analizar la causa de su
aparición. Esta plaga era puesta directamente por El Eterno en quien cometía
cierta clase de pecados, lo que en sí causaba que la persona tuviera que vivir
el proceso nada agradable de tener que ser separada del común del pueblo y
además proclamar su propio mal.
Si vemos entonces que en realidad lo que la
plaga reflejaba era el estado espiritual de la persona, ello podría ocasionar
que en lo sucesivo ésta “lo pensara dos veces” antes de cometer una de las
faltas que le acarrearían aquel mal. El proceso de purificación era muy
elaborado, de manera que no sólo quedara evidencia de que la persona venía de
haber sufrido el mal, sino que además le recordaba la necesidad urgente de
encaminar su vida hacia la obediencia de los designios de la Torah.
No es agradable ser el objeto de las miradas
enjuiciadoras de los demás, aunque puedan “tener razón”; y el tiempo que duraba
el proceso de “análisis” del mal podría ser penosamente largo para quien lo
estaba viviendo. Es muy probable que cuando la persona se reintegraba a su
pueblo su actitud fuera la de no volver a caer en las faltas que la llevaron a
su condición anterior, y se preocupara genuinamente por su qedushah. Esto, al menos en el común de quienes habían padecido el
mal.
Pero volvamos a las palabras del comienzo de
este comentario. Si hemos de ser exactos, más que el mal de, lo que es
contagioso es la “transmisión” de los pecados que lo atraen. La idolatría, la
inmoralidad, y en gran manera el pecado de lashon
hara sí contagian a las demás personas que están próximas a quien
directamente comete alguno de estos pecados. El ser humano es curioso por
naturaleza, y en incontables casos podemos ser testigos de que por causa de
cualquiera de estas faltas tsaraät se
transmite muy fácilmente. ¿Acaso no hay gratificación más grande para el cuerpo
que estos pecados?[1]
Si sabemos que toda obra tiene su recompensa;
entonces debemos ser en extremo cuidadosos, para que la marca que puede
sobrevenir sobre nuestro ser no sea “indeleble”, lo que significa que si no
queremos que la marca de nuestro pecado quede marcada en nuestro ser por
siempre, esto es, si no queremos perder nuestra entrada al Olam Haba, nuestro
compromiso con el Cielo es retomar el camino de qedushah, mediante la sincera teshuvah
y la observancia de lo que El Eterno ha demandado de nosotros, y que podemos
resumir en las palabras del profeta: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es
bueno, y qué pide El Eterno de ti: solamente hacer justicia, y amar
misericordia, y humillarte ante tu Elohim.”[2].
[1] Aunque en últimas la respuesta a esta pregunta debería ser un
rotundo “no”, la verdad es que esta pregunta lo que busca es llamar la atención
sobre el hecho de que quien se conduzca sólo por sus instintos materiales
fácilmente cae en las faltas ya mencionadas; aunque hemos de decir que sin
importar la condición del ser humano, la gratificación del cuerpo y de los
sentidos son cosas muy “agradables” que en realidad pueden hacer caer, incluso
sin dificultad, a las personas de su condición espiritual, aunque esta sea muy
elevada.
[2] Mijah 6:8.
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