Emor
(Vayiqra 21:1-24:23)
Haftara:
Yejezqel 44:15-31
Un Mishkan que no debe ser profanado
El Eterno dio unas instrucciones muy precisas
en cuanto a la disposición de todos los utensilios del Mishkan, las cuales debían ser observadas rigurosamente. Y desde
tiempos antiguos siempre se conoció una única conformación de este Santuario,
con todos sus objetos, que además debían ser utilizados según el evento que
sucediera, de acuerdo con lo dictaminado en la Torah.
Con esto queremos decir que jamás sucedió que,
por ejemplo, un kohen decidiera
cambiar de lugar las cosas sagradas, pues además de que no tenía autoridad para
hacerlo, no estaba interesado en “rediseñar” los decretos celestiales, pues en
el seno de nuestro pueblo, al menos en el que verdaderamente es observante, se
tiene total claridad en cuanto a la perfección de las ordenanzas de HaShem,
Baruj Hu.
¿Hacia dónde queremos ir? En esta parasha
existen unas instrucciones muy precisas que tienen que ver directamente con
nuestro cuerpo, que es la parte visible de nuestro ser. La Torah nos dice: “No
harán tonsura en su cabeza, ni raerán la punta de su barba, ni en su carne
harán rasguños.” En
otras palabras, no debemos adoptar costumbres que van en contra de la esencia
del pueblo santo de El Eterno, que precisamente es Yisrael.
¿Qué tiene de malo por ejemplo raerse la punta
de la barba? Tal acción no trae consigo ninguna enfermedad ni cosa parecida.
¿No existen tatuajes que pueden ser incluso estéticamente “atractivos”? Es
posible. Y en cuanto a la tonsura en la cabeza, ¿cuál es el problema? Con
seguridad muchas personas no verán con desagrado estas acciones. Pero la verdad
es que todo ello sí tiene problemas, y muchos. Veamos por qué.
El Eterno reiterativamente ha insistido en la necesidad
de no actuar como lo hacen los demás pueblos, que dicho sea de paso, están
plagados de costumbres abiertamente paganas, pues se relacionan con cultos a
deidades ficticias, a las que se les han atribuido poderes que sólo están en la
imaginación de las personas, pues en realidad ante El Eterno son abominación,
porque transgreden el perfecto orden que Él, en Su Infinita Sabiduría, así
concibió. Y, de hecho, no tienen ningún poder.
Nosotros como pueblo llamado a ser qadosh, sagrado, hemos de revestir
nuestro ser exclusivamente con aquello que así mismo es qadosh. Y ello no sólo incluye nuestros pensamientos, palabras y
acciones, sino también nuestra apariencia exterior. Pero, ¿acaso importa la
apariencia exterior? Mucho, en realidad. Con absoluta seguridad podemos afirmar
que no ha existido en la historia de la humanidad algo que se asemeje en
majestad al Mishkan o al Templo
Sagrado. De la misma forma, el pueblo de El Eterno está llamado a establecer
una diferencia que trascienda lo material y lo espiritual.
Veámoslo de otra manera: El nivel inferior del
alma es el nefesh, que se refiere al
aliento básico de vida, que está materializada por nuestro cuerpo; el siguiente
nivel, ruaj, está inmerso en las
intenciones, pensamientos y voluntad; y el siguiente nivel, neshamah, es el que permite nuestra
elevación hacia el Santo de los santos. Y si nuestro anhelo ferviente es el de
volver a la esencia perfecta de la eternidad, es indispensable que desde el
nivel inferior del alma hasta el más elevado sean llenos de la qedushah que se requiere para que ese
deseo pueda ser satisfecho en el tiempo en que El Eterno lo disponga.
Entonces, si nuestros más santos anhelos han
de ser satisfechos, ello no puede ser logrado con nuestra muy limitada
sabiduría, y ello implica que debemos ceñirnos a las directrices celestiales;
por lo tanto hacer tonsura en la cabeza, dañar la punta de la barba o hacer
rasguños en el cuerpo no sólo está denigrando del diseño del Cielo, sino que
está “desordenando” el Mishkan, lo
cual es una afrenta contra las mitsvot
de HaShem, Baruj Hu. Y de paso se está cediendo ante la fuerza del yetser hara, que es justamente lo que
nos aleja de las moradas celestiales.
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