Shemot
(Shemot 1:1 – 6:1)
Haftara: Sefardi (Yirmeyahu
1:1 - 2:3)
Ashkenazi (Yeshayahu 27 6 - 28:13; 29:22,23)
¿Qué implica dejar atrás al mundo y sus
deseos?
Lo sucedido con el pueblo de Yisrael,
previo a su salida de Mitsrayim, es una muestra de que antes de ver cumplidas
las más grandes promesas seremos probados para poder acceder a ellas. Veamos
cuál podría ser el panorama del momento: El rey que surgió después, que “no
conocía a Yosef”, trató con extrema dureza a nuestro noble pueblo; pero, ¿había
alguna razón para que ello fuera así?
La historia nos relata que la dinastía
de reyes que simpatizaban con Yisrael fue reemplazada por otra que actuaba
diferente. Esta circunstancia aparentemente nada tiene que ver con el
asentamiento de Yisrael en Mitsrayim, el cual siempre fue pacífico. Pero se dio
y eso es lo que cuenta. ¿Para qué?
Responder este interrogante requiere
que recordemos que El Eterno ya había previsto lo que en aquel momento estaba
sucediendo. Cuando Avraham Avinu fue hecho objeto de las promesas Celestiales,
escuchó lo siguiente: “Ten por cierto que tu descendencia morará en
tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas
también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán
con gran riqueza... Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún
no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí.”
La situación es así: El pueblo de
Yisrael se multiplicó en gran manera, hasta el punto de que llegó a ser más
numeroso que el pueblo egipcio. Y este “desbalance de fuerzas” preocupó al rey
de Mitsrayim, quien para erradicar el temor que sentía ante esta circunstancia
que consideraba una seria amenaza, optó por la fácil solución de someter a
nuestro pueblo a una esclavitud humillante. Teniendo en cuenta que los
israelitas eran un pueblo de pastores, no es difícil pensar la facilidad con la
que fueron sometidos por un pueblo que sí conocía los avatares de la guerra.
¿Y cuál fue el pecado que cometió
Yisrael para merecer semejante recompensa? No necesariamente lo hubo.
Y es aquí donde el pueblo de Yisrael entiende que los designios de El Eterno
son sabios por sobre toda sabiduría, y que todo lo que ocurre tiene un objetivo
que muchas veces nos cuesta trabajo entender. Obtener las cosas por la vía
fácil no es precisamente la recompensa que más disfrutamos; y en este caso,
para que Yisrael pudiera realmente apreciar el regalo que le había sido
otorgado de antemano, por causa del Amor de El Eterno, era necesario que
conociera las dificultades que supone una vida centrada en los propósitos
celestiales y no los del mundo.
Si miramos con una óptica puramente
materialista los sufrimientos terrenales, posiblemente podríamos encontrar más
de una razón para quejarnos, por causa de la “inequidad” existente en el mundo.
Para una mente mundana es injusto que una persona íntegra sufra; pero para la
mente espiritual no sólo no es injusto sino que ello es una oportunidad para
ser fortalecidos por la Luz de HaShem, Baruj Hu, lo cual implica en sí una
inmensa recompensa.
Teniendo en cuenta la Justicia perfecta
del Santo, Bendito sea, podemos ver entonces las cosas de otra manera: Si “aún
no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”, es porque hay unas
condiciones que no se han dado y bajo las cuales la recompensa de Yisrael
habría de llegar, y ese tiempo es el que El Eterno utilizaría para probar a su
instrumento escogido para ser luz a las naciones, de tal manera que probara su
idoneidad.
Decidir dejar atrás un mundo plagado de
idolatría y demás formas de pecado implica un cambio drástico: Lo que antes era
deleite para nuestro cuerpo ahora debe ser resistido, tarea que en ninguna
manera es trivial. Soportar las tentaciones puede llevar a sufrimiento, pero en
definitiva cuando ello es superado nuestro panorama se torna cada vez más
claro, porque estamos, en contravía a nuestra anterior forma de vida,
permitiendo que la Luz nos haga más plenos, y nuestras verdaderas
satisfacciones provengan de los logros en torno a la obediencia a la Torah y no
al reconocimiento de los hombres.
Salir de Mitsrayim es entonces el
pasaporte al Olam Haba, es quitarnos el lastre que no nos permite
alcanzar mayores alturas espirituales, es quitar la suciedad que impide que la
luz se refleje en los demás, es bajar el ego del trono de nuestro ser para
dejar tomar posesión de él al más Santo de los santos; es, en pocas palabras,
darle verdadero sentido a nuestra vida. Dejar al mundo entonces es aspirar a
cosas muy grandes, y ello implica que dejemos
de fijarnos en lo pequeño y pasajero de esta edad presente.
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