sábado, 29 de abril de 2023

HAFTARA DE LA PARASHA 31 EMOR

 

Emor

(Vayiqra  21:1-24:23)

Haftara: Yejezqel 44:15-31


 

Un Mishkan que no debe ser profanado

 El Eterno dio unas instrucciones muy precisas en cuanto a la disposición de todos los utensilios del Mishkan, las cuales debían ser observadas rigurosamente. Y desde tiempos antiguos siempre se conoció una única conformación de este Santuario, con todos sus objetos, que además debían ser utilizados según el evento que sucediera, de acuerdo con lo dictaminado en la Torah.

 Con esto queremos decir que jamás sucedió que, por ejemplo, un kohen decidiera cambiar de lugar las cosas sagradas, pues además de que no tenía autoridad para hacerlo, no estaba interesado en “rediseñar” los decretos celestiales, pues en el seno de nuestro pueblo, al menos en el que verdaderamente es observante, se tiene total claridad en cuanto a la perfección de las ordenanzas de HaShem, Baruj Hu.

 ¿Hacia dónde queremos ir? En esta parasha existen unas instrucciones muy precisas que tienen que ver directamente con nuestro cuerpo, que es la parte visible de nuestro ser. La Torah nos dice: “No harán tonsura en su cabeza, ni raerán la punta de su barba, ni en su carne harán rasguños.”[1] En otras palabras, no debemos adoptar costumbres que van en contra de la esencia del pueblo santo de El Eterno, que precisamente es Yisrael.

 ¿Qué tiene de malo por ejemplo raerse la punta de la barba? Tal acción no trae consigo ninguna enfermedad ni cosa parecida. ¿No existen tatuajes que pueden ser incluso estéticamente “atractivos”? Es posible. Y en cuanto a la tonsura en la cabeza, ¿cuál es el problema? Con seguridad muchas personas no verán con desagrado estas acciones. Pero la verdad es que todo ello sí tiene problemas, y muchos. Veamos por qué.

 El Eterno reiterativamente ha insistido en la necesidad de no actuar como lo hacen los demás pueblos, que dicho sea de paso, están plagados de costumbres abiertamente paganas, pues se relacionan con cultos a deidades ficticias, a las que se les han atribuido poderes que sólo están en la imaginación de las personas, pues en realidad ante El Eterno son abominación, porque transgreden el perfecto orden que Él, en Su Infinita Sabiduría, así concibió. Y, de hecho, no tienen ningún poder.

 Nosotros como pueblo llamado a ser qadosh, sagrado, hemos de revestir nuestro ser exclusivamente con aquello que así mismo es qadosh. Y ello no sólo incluye nuestros pensamientos, palabras y acciones, sino también nuestra apariencia exterior. Pero, ¿acaso importa la apariencia exterior? Mucho, en realidad. Con absoluta seguridad podemos afirmar que no ha existido en la historia de la humanidad algo que se asemeje en majestad al Mishkan o al Templo Sagrado. De la misma forma, el pueblo de El Eterno está llamado a establecer una diferencia que trascienda lo material y lo espiritual.

 Veámoslo de otra manera: El nivel inferior del alma es el nefesh, que se refiere al aliento básico de vida, que está materializada por nuestro cuerpo; el siguiente nivel, ruaj, está inmerso en las intenciones, pensamientos y voluntad; y el siguiente nivel, neshamah, es el que permite nuestra elevación hacia el Santo de los santos. Y si nuestro anhelo ferviente es el de volver a la esencia perfecta de la eternidad, es indispensable que desde el nivel inferior del alma hasta el más elevado sean llenos de la qedushah que se requiere para que ese deseo pueda ser satisfecho en el tiempo en que El Eterno lo disponga.

 Entonces, si nuestros más santos anhelos han de ser satisfechos, ello no puede ser logrado con nuestra muy limitada sabiduría, y ello implica que debemos ceñirnos a las directrices celestiales; por lo tanto hacer tonsura en la cabeza, dañar la punta de la barba o hacer rasguños en el cuerpo no sólo está denigrando del diseño del Cielo, sino que está “desordenando” el Mishkan, lo cual es una afrenta contra las mitsvot de HaShem, Baruj Hu. Y de paso se está cediendo ante la fuerza del yetser hara, que es justamente lo que nos aleja de las moradas celestiales.

 



[1] Vayiqra 21:5.

sábado, 22 de abril de 2023

HAFTARA DE LA PARASHA 29 Y 30 Ajarei Mot-Kedoshim

 

Ajarei Mot-Kedoshim

(Vayiqra 16:1-18:30)

Haftara: Sefardi (Yejezqel 22:1-16)

Ashkenazi (Yejezqel 22:1-19)

 


Nuestras diferencias con las demás naciones

 En esta y otras parashot El Eterno, Bendito sea, es reiterativo en reclamar qedushah por parte de Su pueblo, pues sólo con la conducta adecuada, esto es, la senda de la Torah y sus mitsvot, podremos tener acceso al Shabat eterno que nos ha sido preparado desde antaño, y que es también el deseo Celestial.

 Cierto es que no debemos hacer comparaciones, en especial cuando ello se trata de elevar innecesariamente nuestro ego; no obstante, este no es el caso, pues aunque se enfatiza en hecho de que las demás naciones han hecho las abominaciones que violan flagrantemente la Torah, ello es una advertencia para mostrarnos que no es ese el camino mediante el cual podremos llegar a la conquista de nuestros ideales más sagrados.

 ¿Y por qué la advertencia? No porque el pueblo judío por haber sido escogido para los planes celestiales esté exento de caer en estas prácticas, sino más bien porque la cercanía con los demás pueblos hace peligrar constantemente la posibilidad de mantenerse en el camino correcto; es esto tan cierto, que la realidad actual nos muestra que muchas almas que han nacido en el seno de nuestro pueblo ni siquiera reconocen la Torah como su forma de vida; incluso muchas personas aceptan en forma muy natural que “no son observantes”.

 Y entonces preguntamos: ¿Realmente es este el comportamiento al que fuimos llamados? ¿Ser “judío” de nacimiento acaso nos garantiza la vida en las moradas eternas? Porque de esto ser así, podríamos pensar que quien nació en los demás pueblos sólo tiene posibilidades de volver a ser uno con El Eterno sólo “si se hace judío”, lo cual, dicho sea de paso, se ha convertido en tema polémico, pues en últimas se traduce en el pago monetario por una conversión que es bien vista por los hombres[1]. ¿Pero este pago nos hace verdaderamente judíos?[2] ¿Ser reconocidos por los hombres es suficiente?[3]

 Partamos del hecho de que El Eterno quiere que su Creación, específicamente el hombre, sin distinción de nacionalidad o condición social, sea totalmente redimida para que vuelva al perfecto estado inicial de santidad[4]. Por lo tanto, no se está haciendo ninguna exigencia diferente de vivir conforme a la Voluntad del Santo de los santos, de manera que las obras perfectas de esa forma de vida lleven al hombre a “saber comportase” cuando le corresponda habitar en la eternidad.

 Por tanto, no debemos buscar cosa diferente de buscar a El Eterno, de manera que podamos encontrarlo, lo cual no se puede hacer según nuestro propio esfuerzo, sino según lo establecido por El Eterno mismo. Y ello demanda que nos apartemos de las costumbres que hoy el mundo quiere imponer, sean éstas cuales fueren, y sin importar cuán agradables puedan parecer a nuestros ojos, porque esto no es más que un espejismo que lleva a camino de muerte.

Qedoshim

(Vayiqra 19:1-20:27)

Haftara: Sefardi (Yejezqel 20:2-20)

Ashkenazi (Ämos 9:7-15)

MMIIDC

 Una interesante conexión con la parasha precedente

 En la parasha anterior y en la presente existe una “curiosa” relación que de seguro podemos entender que en realidad no es casual. Nos referimos específicamente a sus nombres: La anterior, “Ajarei Mot” (“después de la muerte”) y esta, “Qedoshim” (“santos”), nos muestran un título sorprendente cuando los juntamos: “Después de la muerte, santos”; y este es un mensaje que nos puede enseñar muchas cosas.

 El estado de una persona después de su muerte es el de la espera de su alma para ser juzgada; y si queremos que ese juicio sea favorable a nosotros, esto es, que se complete nuestro anhelo de volver al lado de El Eterno, hemos de entender que el estado que se requiere para alcanzar tal condición debe ser el más puro, tanto que podamos ser calificados como aceptos para el Maljut hashamayim.

 Y precisamente ese estado de pureza es el que está calificado por el título de nuestra parasha, esto es, Qedoshim. No podemos aspirar a otro “estándar” inferior, pues sólo siendo “qedoshim” después de la muerte, es como podemos alcanzar el gozo de habitar en las moradas eternas. En otras palabras, sólo después de abandonar nuestro cuerpo corruptible, pero en un estado final de santidad, podemos tener la esperanza cierta de que está preparada nuestra entrada al Olam Haba.

 De aquí que ese sello que será imborrable es la “fotografía final de nuestra existencia” que debemos tratar de alcanzar. No debemos aspirar a seguir en estado de muerte, sino a entrar a la vida, aquella que no acaba jamás y que es la que nos da el “status” o “credencial” indispensable para entrar al gran Reino, al que sólo tienen entrada los escogidos de El Eterno[1].

 [1] En el sentido de que quienes alcanzan la condición de qedoshim, son los que serán escogidos por El Eterno para que de nuevo sean uno con Él.

 [1] De todas maneras tampoco estamos desvirtuando el hecho de que muchas conversiones en realidad sí son sinceras, lo que no aplica al comentario que estamos haciendo.

[2] Ver Romanos 2:28-29.

[3] Ver Gálatas 1:10.

[4] Adam Rishon fue, por supuesto, anterior a la formación de cualquier pueblo, incluido obviamente Yisrael. Ver también 1 Timoteo 2:4, 2 Kefa 3:9.

sábado, 8 de abril de 2023

HAFTARA DE LASPARASHA 27-28 Tazria-Metzora

 

Tazriä

(Vayiqra 12:1-13:59)

Haftara: Melajim Bet 4:42-5:19/Haftara: Melajim Bet 7:3-20





Aislamiento voluntario

En la Torah podemos ver que si una persona estaba aquejada con el mal de tsaraät, era apartada siete días, lo que le impedía el contacto con las demás personas. Y eran variadas las causas de la aparición de esta plaga, lo que nos enseña que cuando una persona padecía de tsaraät no sólo era impura, sino que ese mal estaba precedido de conductas inapropiadas, que por supuesto eran violatorias de los principios de la Torah.

 Este aislamiento a que se era sometido nos muestra que de alguna forma tal plaga puede ser bastante contagiosa; o mejor, lo que la ocasiona es muy contagioso; todos los pecados que llevaban a sufrir de este mal indican a las claras que la persona necesitaba urgentemente un tratamiento que la llevara a su condición de qedushah anterior.

 Todas las faltas que son características de quien padece de este mal nos indican que son dignas de la peor de las vergüenzas, pues poseer este mal no era propiamente satisfactorio, ya que de hecho la persona misma debía pregonar su condición, circunstancia que con seguridad nadie querría repetir. Hoy en día no se presenta el mal de tsaraät en forma visible, pero sin duda alguna quienes cometen las faltas descritas en la Torah, y que ameritan la aparición de tsaraät no pueden disfrutar de la libertad que supone una vida sin tacha.

 Al cometer estos pecados las persona en la práctica están aislándose voluntariamente de la qedushah a la que fueron llamadas. Y esto trae una fuerte retribución que puede llegar incluso a la pérdida del Olam Haba. Por esta última razón en especial, deberíamos ser muy diligentes en alejarnos de todo aquello que trae impureza a nuestro ser, y que puede así mismo contaminar a nuestro prójimo; la mala lengua, la inmoralidad y la idolatría son faltas graves que traen consigo una característica nociva, y es que son sumamente “contagiosas”.

 Por tanto, un gran llamado que nos hacen estos textos es a perseverar en las acciones puras que nos evitan descender de nuevo y ser apartados de las delicias que han sido preparadas para nosotros desde la eternidad. Para ello disponemos de las enseñanzas de la Torah, que además han sido explicadas profusamente por nuestros sabios de bendita memoria.

 

Una marca que puede ser indeleble

 

El mal de tsaraät era tan evidente que la persona que lo padecía debería ser aislada. ¿Era acaso contagioso? Para responder a esta pregunta basta con analizar la causa de su aparición. Esta plaga era puesta directamente por El Eterno en quien cometía cierta clase de pecados, lo que en sí causaba que la persona tuviera que vivir el proceso nada agradable de tener que ser separada del común del pueblo y además proclamar su propio mal.

 

Si vemos entonces que en realidad lo que la plaga reflejaba era el estado espiritual de la persona, ello podría ocasionar que en lo sucesivo ésta “lo pensara dos veces” antes de cometer una de las faltas que le acarrearían aquel mal. El proceso de purificación era muy elaborado, de manera que no sólo quedara evidencia de que la persona venía de haber sufrido el mal, sino que además le recordaba la necesidad urgente de encaminar su vida hacia la obediencia de los designios de la Torah.

 

No es agradable ser el objeto de las miradas enjuiciadoras de los demás, aunque puedan “tener razón”; y el tiempo que duraba el proceso de “análisis” del mal podría ser penosamente largo para quien lo estaba viviendo. Es muy probable que cuando la persona se reintegraba a su pueblo su actitud fuera la de no volver a caer en las faltas que la llevaron a su condición anterior, y se preocupara genuinamente por su qedushah. Esto, al menos en el común de quienes habían padecido el mal.

 

Pero volvamos a las palabras del comienzo de este comentario. Si hemos de ser exactos, más que el mal de, lo que es contagioso es la “transmisión” de los pecados que lo atraen. La idolatría, la inmoralidad, y en gran manera el pecado de lashon hara sí contagian a las demás personas que están próximas a quien directamente comete alguno de estos pecados. El ser humano es curioso por naturaleza, y en incontables casos podemos ser testigos de que por causa de cualquiera de estas faltas tsaraät se transmite muy fácilmente. ¿Acaso no hay gratificación más grande para el cuerpo que estos pecados?[1]

 

Si sabemos que toda obra tiene su recompensa; entonces debemos ser en extremo cuidadosos, para que la marca que puede sobrevenir sobre nuestro ser no sea “indeleble”, lo que significa que si no queremos que la marca de nuestro pecado quede marcada en nuestro ser por siempre, esto es, si no queremos perder nuestra entrada al Olam Haba, nuestro compromiso con el Cielo es retomar el camino de qedushah, mediante la sincera teshuvah y la observancia de lo que El Eterno ha demandado de nosotros, y que podemos resumir en las palabras del profeta: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide El Eterno de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Elohim.”[2].

 



[1] Aunque en últimas la respuesta a esta pregunta debería ser un rotundo “no”, la verdad es que esta pregunta lo que busca es llamar la atención sobre el hecho de que quien se conduzca sólo por sus instintos materiales fácilmente cae en las faltas ya mencionadas; aunque hemos de decir que sin importar la condición del ser humano, la gratificación del cuerpo y de los sentidos son cosas muy “agradables” que en realidad pueden hacer caer, incluso sin dificultad, a las personas de su condición espiritual, aunque esta sea muy elevada.

[2] Mijah 6:8.

domingo, 2 de abril de 2023

HAFTARA DE LA PARASHA 26 SHEMINI🔥👇

 

Haftara: Sefardi (Shmuel Bet 6:1-19)

¿Cómo no guardar luto por la muerte de un hijo?

 La aparente dureza con la cual es tratado Aharon, en cuanto a que no debía hacer duelo por la muerte de sus hijos, debemos examinarla a la luz de la perfecta Justicia de El Eterno, Bendito sea. Hemos visto que la acción no fue correcta, y ello merecía una acción inmediata por parte del Cielo. Mas, sin embargo, no fue Aharon quien cometió la falta, y aún así se le ordena no guardar luto. ¿Cómo explicar esto?

 La qedushah de El Eterno opaca por completo cualquier acción santa que provenga del hombre; de hecho, no sólo lo bueno sino lo malo. Y al revisar el “plano” de la situación según la óptica celestial, hemos de entender que existe un orden perfecto contra el cual no podemos atentar impunemente. Si tratamos de ser objetivos, apartando los sentimientos del análisis juicioso que merece todo aquello que tiene que ver directamente con el servicio a El Eterno, nos encontraremos con que nada justifica nuestras acciones apresuradas supuestamente con las mejores intenciones.

 Los sentimientos y emociones nos fueron otorgados generosamente por el Amo del Universo con el fin de que nuestra vida pueda ser disfrutada plenamente con la libertad que nos fue concedida, obviamente actuando en la dirección correcta. Y de ahí que tenga sentido dolerse por la muerte de los seres queridos, incluso independientemente de si ello sucedió por una buena o mala causa.

 Pero aquí hemos de evaluar si es más importante lo que nuestras muchas limitaciones pueden concebir como correcto, o lo que El Eterno considera como tal. Los afanes del mundo muchas veces llevan a las personas a actuar en pos de lo urgente, en lugar de hacerlo según lo importante, y como consecuencia se pueden ver vidas que han sido visiblemente afectadas por más angustias o tristezas.

 Con esto no queremos decir que, por causa del orden establecido, no podemos expresar dolor por una situación como la muerte de un ser querido. Lo que estamos tratando de ver es que el pasaje de la muerte de los hijos de Aharon nos muestra la urgente necesidad de obligar a nuestro ego a situarse donde le corresponde[1] y dejar que la Majestad de El Eterno sea el centro de nuestras vidas, con el fin de que todas y cada una de nuestras acciones efectivamente estén encaminadas a darle el honor a Quien le corresponde. Aquel momento coyuntural demandaba un comportamiento como el que hemos estudiado.

 No poseemos la suficiente sabiduría como para pretender conocer en detalle los designios divinos, pero de una cosa podemos estar seguros y es que si acatamos humildemente lo que se nos demanda de parte del cielo, seguramente al final veremos los maravillosos frutos de nuestra fidelidad. Es a eso a lo que estamos llamados.



[1] No sólo el lugar que le corresponde, que es el lugar más bajo de nuestro ser, sino el tamaño que le corresponde, que es “la más mínima expresión”.

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