Emor
(Vayiqra 21:1-24:23)
Haftara:
Yejezqel 44:15-31
Un Mishkan que no debe ser profanado
Emor
(Vayiqra 21:1-24:23)
Haftara:
Yejezqel 44:15-31
Un Mishkan que no debe ser profanado
Ajarei Mot-Kedoshim
(Vayiqra 16:1-18:30)
Haftara: Sefardi (Yejezqel 22:1-16)
Ashkenazi (Yejezqel 22:1-19)
Nuestras diferencias con las demás naciones
Qedoshim
(Vayiqra
19:1-20:27)
Haftara:
Sefardi (Yejezqel 20:2-20)
Ashkenazi
(Ämos 9:7-15)
MMIIDC
Una interesante conexión con la parasha precedente
En la parasha anterior y en la presente existe una “curiosa” relación que de seguro podemos entender que en realidad no es casual. Nos referimos específicamente a sus nombres: La anterior, “Ajarei Mot” (“después de la muerte”) y esta, “Qedoshim” (“santos”), nos muestran un título sorprendente cuando los juntamos: “Después de la muerte, santos”; y este es un mensaje que nos puede enseñar muchas cosas.
El estado de una persona después de su muerte es el de la espera de su alma para ser juzgada; y si queremos que ese juicio sea favorable a nosotros, esto es, que se complete nuestro anhelo de volver al lado de El Eterno, hemos de entender que el estado que se requiere para alcanzar tal condición debe ser el más puro, tanto que podamos ser calificados como aceptos para el Maljut hashamayim.
Y precisamente ese estado de pureza es el que está calificado por el título de nuestra parasha, esto es, Qedoshim. No podemos aspirar a otro “estándar” inferior, pues sólo siendo “qedoshim” después de la muerte, es como podemos alcanzar el gozo de habitar en las moradas eternas. En otras palabras, sólo después de abandonar nuestro cuerpo corruptible, pero en un estado final de santidad, podemos tener la esperanza cierta de que está preparada nuestra entrada al Olam Haba.
De aquí que ese sello que será imborrable es la “fotografía final de nuestra existencia” que debemos tratar de alcanzar. No debemos aspirar a seguir en estado de muerte, sino a entrar a la vida, aquella que no acaba jamás y que es la que nos da el “status” o “credencial” indispensable para entrar al gran Reino, al que sólo tienen entrada los escogidos de El Eterno[1].
[1] En el sentido de que quienes alcanzan la condición de qedoshim, son los que serán escogidos por El Eterno para que de nuevo sean uno con Él.
Tazriä
(Vayiqra 12:1-13:59)
Haftara:
Melajim Bet 4:42-5:19/
Aislamiento voluntario
En la Torah podemos ver que si una persona estaba aquejada con el mal de tsaraät, era apartada siete días, lo que le impedía el contacto con las demás personas. Y eran variadas las causas de la aparición de esta plaga, lo que nos enseña que cuando una persona padecía de tsaraät no sólo era impura, sino que ese mal estaba precedido de conductas inapropiadas, que por supuesto eran violatorias de los principios de la Torah.
Una marca
que puede ser indeleble
El mal de tsaraät
era tan evidente que la persona que lo padecía debería ser aislada. ¿Era acaso
contagioso? Para responder a esta pregunta basta con analizar la causa de su
aparición. Esta plaga era puesta directamente por El Eterno en quien cometía
cierta clase de pecados, lo que en sí causaba que la persona tuviera que vivir
el proceso nada agradable de tener que ser separada del común del pueblo y
además proclamar su propio mal.
Si vemos entonces que en realidad lo que la
plaga reflejaba era el estado espiritual de la persona, ello podría ocasionar
que en lo sucesivo ésta “lo pensara dos veces” antes de cometer una de las
faltas que le acarrearían aquel mal. El proceso de purificación era muy
elaborado, de manera que no sólo quedara evidencia de que la persona venía de
haber sufrido el mal, sino que además le recordaba la necesidad urgente de
encaminar su vida hacia la obediencia de los designios de la Torah.
No es agradable ser el objeto de las miradas
enjuiciadoras de los demás, aunque puedan “tener razón”; y el tiempo que duraba
el proceso de “análisis” del mal podría ser penosamente largo para quien lo
estaba viviendo. Es muy probable que cuando la persona se reintegraba a su
pueblo su actitud fuera la de no volver a caer en las faltas que la llevaron a
su condición anterior, y se preocupara genuinamente por su qedushah. Esto, al menos en el común de quienes habían padecido el
mal.
Pero volvamos a las palabras del comienzo de
este comentario. Si hemos de ser exactos, más que el mal de, lo que es
contagioso es la “transmisión” de los pecados que lo atraen. La idolatría, la
inmoralidad, y en gran manera el pecado de lashon
hara sí contagian a las demás personas que están próximas a quien
directamente comete alguno de estos pecados. El ser humano es curioso por
naturaleza, y en incontables casos podemos ser testigos de que por causa de
cualquiera de estas faltas tsaraät se
transmite muy fácilmente. ¿Acaso no hay gratificación más grande para el cuerpo
que estos pecados?[1]
Si sabemos que toda obra tiene su recompensa;
entonces debemos ser en extremo cuidadosos, para que la marca que puede
sobrevenir sobre nuestro ser no sea “indeleble”, lo que significa que si no
queremos que la marca de nuestro pecado quede marcada en nuestro ser por
siempre, esto es, si no queremos perder nuestra entrada al Olam Haba, nuestro
compromiso con el Cielo es retomar el camino de qedushah, mediante la sincera teshuvah
y la observancia de lo que El Eterno ha demandado de nosotros, y que podemos
resumir en las palabras del profeta: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es
bueno, y qué pide El Eterno de ti: solamente hacer justicia, y amar
misericordia, y humillarte ante tu Elohim.”[2].
[1] Aunque en últimas la respuesta a esta pregunta debería ser un
rotundo “no”, la verdad es que esta pregunta lo que busca es llamar la atención
sobre el hecho de que quien se conduzca sólo por sus instintos materiales
fácilmente cae en las faltas ya mencionadas; aunque hemos de decir que sin
importar la condición del ser humano, la gratificación del cuerpo y de los
sentidos son cosas muy “agradables” que en realidad pueden hacer caer, incluso
sin dificultad, a las personas de su condición espiritual, aunque esta sea muy
elevada.
[2] Mijah 6:8.
Haftara:
Sefardi (Shmuel Bet 6:1-19)
¿Cómo no guardar luto por la muerte de un hijo?
[1] No sólo el lugar que le corresponde, que es el lugar más bajo de
nuestro ser, sino el tamaño que le corresponde, que es “la más mínima expresión”.
Nitsavim (Devarim 29:9-30:20) Haftara: Yeshayahu 61:10-63:9 Amor incomprensible En Devarim 30:1- 10 está escrito: “Sucederá que cuando...