Lej Leja
(Bereshit 12:1 –
17:27)
Haftara: Yeshayahu
40:27 – 41:16
Dar: El “deleite” de la Luz Infinita
Un solo hombre, Avram, fue el receptor
de las primeras grandes promesas de El Eterno, Bendito sea. Leyendo el texto de
Bereshit 12:1-3, después de haber leído los que le preceden, podemos ver que el
contenido de las promesas aquí declaradas no tiene comparación, máxime teniendo
en cuenta que el relato bíblico sólo nos habla de hombres que tuvieron hijos y
murieron a edades avanzadas.
Y aparece en escena Avram. ¿Por qué
razón habría de ser este hombre el objeto de tantas bendiciones? En primer
lugar, como respuesta “obvia”, es que la Voluntad soberana de El Eterno así lo
determinó, lo que por supuesto es absolutamente cierto; sin embargo, la
realidad va mucho más allá: Avram sería un fiel seguidor de las instrucciones
de El Eterno, con la fe obediente que ello requiere.
Mucho se ha escrito sobre el tema de la
fe, y la verdad es que en muchos casos lo que se logra con ello es desviar el
propósito de la verdadera fe; no se trata del intelectualismo que se refleja en
el hecho de saber que efectivamente hay textos que proclaman las bondades de la
fe, y supuestamente conocer la forma como ella puede ser realidad en nuestra
vida y los resultados a los que conduce. No es así. Si hemos de analizar lo que
es la verdadera fe, nos daremos cuenta que realmente es un asunto “sencillo”,
para que de hecho no exista ningún argumento que justifique las dificultades
que muchas personas viven por no tomar la decisión de vivir por la fe.
¿A dónde queremos llegar? Que la fe de
nuestro patriarca fue contada como mérito (tsedaqah); es como si Avram
“hubiera hecho tsedaqah con El Eterno”, la que fue suficiente para que
él fuera depositario del gran pacto en el que recibiría lo que hemos conocido
como la Tierra Prometida. Esta retribución mida-keneged-mida podría
verse así: Avram hizo tsedaqah hacia El Eterno, Quien le recompensó con
una especial tsedaqah en forma sobreabundante.
Pero en últimas, ¿cuál fue esa muestra de fe de Avram?
El asunto en palabras es bastante
simple, aunque quizá no así llevarlo a la práctica. Avram creyó que lo que El
Eterno decía era cierto, sin poner ninguna de sus palabras en tela de juicio.
La tsedaqah depositada por Avram hacia El Eterno fue su confianza que se
tradujo en una fidelidad (emunah) sin mácula, la misma
que le sirvió para salir airoso de las pruebas que tuvo que soportar. Él tuvo
el discernimiento requerido para escoger la opción correcta; debemos recordar
que a pesar de que provenía de un trasfondo idólatra, Avram decidió poner fin a
esa vida sin retribución en las moradas eternas.
Y a esto hemos sido llamados; si al
menos una chispa muy pequeña de la Gloria de El Eterno se posa en cada uno de
nosotros, ello es suficiente para asegurar que estamos dotados con la capacidad
de acceder a esa fe que es necesaria para verdaderamente considerar que
pertenecemos al pueblo de Yisrael. ¿Y por qué la recompensa fue tan grandiosa?
Para responder esta pregunta, es
necesario entender que antes de que la Creación fuera realidad, sólo existía El
Eterno, Bendito sea; y teniendo en cuenta que Él es absolutamente suficiente
para todo, no requiere recibir nada de nadie. Por lo tanto, su deseo, si es que
así le podemos llamar, básicamente era “dar”, puesto que Él es una fuente que
jamás se agota. Pero para dar es necesario que exista alguien que reciba, y por
ello surgió la Creación. Sin embargo, las acciones de los hombres demostraron
que en realidad “no estaban dispuestos a recibir”, y por ello sucedió el mabul.
Hasta que llegó Avram. Él sí supo
recibir, “compensando” de esta forma el deseo de dar de HaShem. Su forma de
hacerlo fue “creyendo”, y por lo tanto obedeciendo,
sabiendo que de esta forma las promesas serían realidad, como sucedió
efectivamente. Esto entonces es un claro
mensaje para nosotros hoy en día, donde la verdadera fe es algo casi
mitológico, pues no nos hemos dado la oportunidad de “abandonarnos” en los
brazos del Creador y creerLe. Es hora de ser “osados” y dejar atrás las
promesas del mundo, para aferrarnos a las promesas de El Eterno, Bendito sea. Y
más que hacerlo por la recompensa que de todas maneras vendrá, debemos actuar
como verdaderos receptores del deseo de dar del Santo de los santos; de esta
forma nuestra vida sí se elevará a las alturas celestiales. Por algo fuimos
hechos con la imagen y semejanza de Él.
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