domingo, 11 de diciembre de 2022

HAFTARA DE LA PARASHA 3 Lej Leja

 

Lej Leja

(Bereshit 12:1 – 17:27)

Haftara: Yeshayahu 40:27 – 41:16


Dar: El “deleite” de la Luz Infinita

 Un solo hombre, Avram, fue el receptor de las primeras grandes promesas de El Eterno, Bendito sea. Leyendo el texto de Bereshit 12:1-3, después de haber leído los que le preceden, podemos ver que el contenido de las promesas aquí declaradas no tiene comparación, máxime teniendo en cuenta que el relato bíblico sólo nos habla de hombres que tuvieron hijos y murieron a edades avanzadas.

 Y aparece en escena Avram. ¿Por qué razón habría de ser este hombre el objeto de tantas bendiciones? En primer lugar, como respuesta “obvia”, es que la Voluntad soberana de El Eterno así lo determinó, lo que por supuesto es absolutamente cierto; sin embargo, la realidad va mucho más allá: Avram sería un fiel seguidor de las instrucciones de El Eterno, con la fe obediente que ello requiere.

 Mucho se ha escrito sobre el tema de la fe, y la verdad es que en muchos casos lo que se logra con ello es desviar el propósito de la verdadera fe; no se trata del intelectualismo que se refleja en el hecho de saber que efectivamente hay textos que proclaman las bondades de la fe, y supuestamente conocer la forma como ella puede ser realidad en nuestra vida y los resultados a los que conduce. No es así. Si hemos de analizar lo que es la verdadera fe, nos daremos cuenta que realmente es un asunto “sencillo”[1], para que de hecho no exista ningún argumento que justifique las dificultades que muchas personas viven por no tomar la decisión de vivir por la fe.

 ¿A dónde queremos llegar? Que la fe de nuestro patriarca fue contada como mérito (tsedaqah); es como si Avram “hubiera hecho tsedaqah con El Eterno”, la que fue suficiente para que él fuera depositario del gran pacto en el que recibiría lo que hemos conocido como la Tierra Prometida. Esta retribución mida-keneged-mida podría verse así: Avram hizo tsedaqah hacia El Eterno, Quien le recompensó con una especial tsedaqah en forma sobreabundante[2]. Pero en últimas, ¿cuál fue esa muestra de fe de Avram?

 El asunto en palabras es bastante simple, aunque quizá no así llevarlo a la práctica. Avram creyó que lo que El Eterno decía era cierto, sin poner ninguna de sus palabras en tela de juicio. La tsedaqah depositada por Avram hacia El Eterno fue su confianza que se tradujo en una fidelidad (emunah[3]) sin mácula, la misma que le sirvió para salir airoso de las pruebas que tuvo que soportar. Él tuvo el discernimiento requerido para escoger la opción correcta; debemos recordar que a pesar de que provenía de un trasfondo idólatra, Avram decidió poner fin a esa vida sin retribución en las moradas eternas.

 Y a esto hemos sido llamados; si al menos una chispa muy pequeña de la Gloria de El Eterno se posa en cada uno de nosotros, ello es suficiente para asegurar que estamos dotados con la capacidad de acceder a esa fe que es necesaria para verdaderamente considerar que pertenecemos al pueblo de Yisrael. ¿Y por qué la recompensa fue tan grandiosa?

 Para responder esta pregunta, es necesario entender que antes de que la Creación fuera realidad, sólo existía El Eterno, Bendito sea; y teniendo en cuenta que Él es absolutamente suficiente para todo, no requiere recibir nada de nadie. Por lo tanto, su deseo, si es que así le podemos llamar, básicamente era “dar”, puesto que Él es una fuente que jamás se agota. Pero para dar es necesario que exista alguien que reciba, y por ello surgió la Creación. Sin embargo, las acciones de los hombres demostraron que en realidad “no estaban dispuestos a recibir”, y por ello sucedió el mabul.

 Hasta que llegó Avram. Él sí supo recibir, “compensando” de esta forma el deseo de dar de HaShem. Su forma de hacerlo fue “creyendo”, y por lo tanto obedeciendo[4], sabiendo que de esta forma las promesas serían realidad, como sucedió efectivamente[5]. Esto entonces es un claro mensaje para nosotros hoy en día, donde la verdadera fe es algo casi mitológico, pues no nos hemos dado la oportunidad de “abandonarnos” en los brazos del Creador y creerLe. Es hora de ser “osados” y dejar atrás las promesas del mundo, para aferrarnos a las promesas de El Eterno, Bendito sea. Y más que hacerlo por la recompensa que de todas maneras vendrá, debemos actuar como verdaderos receptores del deseo de dar del Santo de los santos; de esta forma nuestra vida sí se elevará a las alturas celestiales. Por algo fuimos hechos con la imagen y semejanza de Él.

 



[1] Sencillo en el sentido de que no es algo oneroso ni pesado para quien decide poseerla.

[2] Si hemos de ver todo lo que poseemos, realmente son grandes muestras de “tsedaqah” por parte del Santo, Bendito sea.

[3] Tanto fe como fidelidad se expresan con la palabra hebrea emunah.

[4] La obediencia no sólo implica creer sino hacer, que es lo que marca nuestra recompensa en el Olam Haba.

[5] No sobra resaltar que, aunque nuestra misión en el Olam Haze es prioritariamente espiritual, ello no está en contravía con la posibilidad de que disfrutemos los bienes materiales; de hecho esta edad presente está caracterizada en gran manera por asuntos en los que éstos son parte importante.

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